Tócame, página 18 - 19.
FERNANDO
¡Déjame acercarme un poco más y palpar el alma de esta pieza que creí un pájaro blanco y luego una vasija, y ahora puede ser una cesta construida con raíces de tierra!
Deja. ¡Deja que me acerque y recorra el cuerpo del azar y de la ciencia, para reinventarme el mundo! Después de todo, somos barro como escribió a pellizcos de pasión mi lejana adolescencia, en un viejo eterno poema inmoldeable. Barro, barro entrañable, como cantaba Luis Eduardo Aute a comienzos de la década de los setenta: Barro entrañable. Barro que busca el tacto de más barro: Tierra oscura que ansía la humedad de la caricia.
Barro. Agua. Arcilla roja, negra, blanca, marrón
Tierra que se mezcla con la tierra para compartir el agua y la pasión en un arte milenario y ancestral como el amor: Por eso aquí la sensualidad evocadora de las curvas y las diferentes texturas y grosores de chamota. Tierra desnuda a la que le crecieron raíces, frutos o brazos,
y que se cubre de velos ligeros para conquistarnos mejor, porque la seducción también anida en el color inconfundible de la obra de Fernando.
Fernando Malo se sumerge a diario en este oficio esencial y milenario y lo hace desde el respeto más absoluto por sus ancestros y con la voluntad de llegar a sus contemporáneos con el amor y la alegría que siempre delatan su desbordante energía y su bondad, su incontenible y eterna sonrisa.
Fernando lleva dentro de sí una sabiduría heredada desde el origen del tiempo,
una sabiduría que desde hace ya un cuarto de siglo utiliza para mezclar la tierra con el agua, la emoción con las arcillas y los esmaltes con los sueños: Esa sabiduría recorre sus manos cuando palpa y acaricia, cuando modela, frota o estira, cuando esmalta y decora y cuando cuece sin prisa el fruto de un trabajo que le da la vida y la alegría y que elabora para nosotros con amor y a fuego lento.
Antonio PÉREZ MORTE
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