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El Cántaro y el Ladrillo

El Cántaro y el Ladrillo

El Cántaro y el Ladrillo

En la alfarería tradicional, el cántaro es la pieza que define en si misma la naturaleza del lugar –el barro, el agua, el fuego – y también su cultura escanciada por su forma, técnica y usos. El cántaro da cobijo al agua, ésta genera vida y es soporte de cualquier existencia. Es la vasija prototipo que se encuentra en la herencia de todos los pueblos, cataliza lo esencial del objeto funcional sumado a la belleza inherente de su logro. En la edificación, el ladrillo o “rejola” -según la tradición lingüística mudéjar- comparte el humilde origen de la arcilla y también idéntico proceso. Su métrica, peso, textura y su color se tornan en forma de construcciones habitables que protegen la vida, favorecen a la supervivencia de la población y sostienen la cultura de quien lo crea.

En el primero de los casos, sólo la pericia y la mano del artesano alfarero que manualmente elabora por sí mismo la pieza consigue el objetivo. En el segundo, con el ladrillo, se necesitan más manos y otros medios para alcanzar y convertirse en el techo protector de las personas, en un refugio. Para ello hace falta que todo sea planificado por la mente creadora del maestro albañil, el constructor o el arquitecto.

El cántaro consigue el anhelado equilibrio entre forma y función en un solo proceso debido a su larga depuración histórica. En la arquitectura no siempre se consigue con las virtudes innatas del ladrillo la misma perfección. El impulso intelectual no consigue, en todos los casos, la tipología como orden supremo. Pero en ambos, con el cántaro y con el ladrillo, se consigue una primera etapa funcional que permite el disfrute privado y colectivo que justifica su elaboración. Aun a pesar de ello, ni el cántaro ni el ladrillo son en sí mismo arte, para conseguir tal estadio hay que implementar un nuevo impulso creador y añadirle el orden, la pureza formal, la textura, el brillo y esas otras cualidades que le dan la individualidad; todas aquellas que lo hacen diferente e identificable por ojo instruido y por sentimiento popular.

Esta reflexión pretende explicar el paradigma de lo mudéjar, esto es, la conquista de lo sublime partiendo de lo más elemental de la naturaleza. El agua y la tierra por medio de la cabeza pensante del artista alfarero; la madera y la sierra en el carpintero o el espacio, la luz y la materia para el arquitecto. Es éste el verdadero compendio cultural que define la tradición cerámica y constructiva del mudéjar español.

Si hay algún artista que mantiene el espíritu mudéjar en Aragón este es, sin duda, Fernando Malo. Un autor que maneja el fuego contra el barro con la ayuda del agua; que tiene la maestría para hacer el cántaro perfecto y a su vez la rejola apropiada tanto para una reintegración necesaria en un edificio histórico como para una exposición didáctica. Más allá del hacedor excelente, Fernando Malo es el creador que con soltura se atreve a traspasar la línea indefinida entre lo artesano y lo artístico y lo hace sin establecer fronteras. Como un “único”, acompañado de una visión total que, como el arquitecto, crea y ordena los materiales, las técnicas y las formas para trascender el mudéjar y portarlo sobre sus hombros más allá del presente siglo XXI.

Fernando Aguerri.

Fernando Aguerri.

*Fernando Aguerri, junto a su hermano José Ignacio Aguerri,son los arquitectos que dirigen las obras de restauración de la Catedral de Tarazona.

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