Blogia
fernandomalo

Alfar Mudéjar siglo XXI. Catálogo. Texto José Luis Corral.

Alfar Mudéjar siglo XXI. Catálogo. Texto José Luis Corral.

UNA MIRADA AL MUDÉJAR


© José Luis Corral, 2009


En el siglo XIX, una época en la que la Edad Media era contemplada desde una mirada tamizada por la obsesión por lo romántico, a los musulmanes que siguieron practicando libremente su religión bajo dominio político cristiano se les denominó como mudéjares, y este fue el nombre que recibieron las manifestaciones artísticas, especialmente en arquitectura, carpintería y cerámica, que fueron obradas por individuos de este grupo humano.
En el reino de Aragón los mudéjares constituyeron una importante minoría a partir del siglo XII. Establecidos en barrios específicos, las aljamas, en las ciudades más relevantes y en muchos pueblos de las zonas de regadío de los valles de los ríos, se erigieron en avezados agricultores y excelentes artesanos.
Obligados a convertirse al cristianismo a la fuerza en 1526, lo hicieron, pero siguieron practicando de manera clandestina su religión y sus ritos religiosos, lo que provocó la acción en su contra de la Inquisición. Entonces pasaron a denominarse moriscos. No cambiaron mucho sus costumbres ni su dedicación, aunque vieron cómo se cerraban o se derribaban sus mezquitas, cómo eran obligados a bautizarse y cómo se les prohibía celebrar sus ceremonias religiosas islámicas. Pero siguieron siendo expertos agricultores y magníficos artesanos.
En 1609, el rey Felipe III decretó la expulsión de los moriscos de España, pues tras un siglo de conversiones obligatorias no habían olvidado su religión islámica y seguían practicándola y enseñándola a sus hijos de forma críptica en el círculo familiar.
La expulsión de los moriscos, los descendientes de los mudéjares medievales, provocó una crisis económica notable, pero sobre todo privó al reino de Aragón de sus mejores artesanos, especialmente los alarifes del ladrillo y los ceramistas.
En el mundo de los alfares, el impacto fue tan demoledor que la cerámica aragonesa jamás volvió a alcanzar el grado de maestría y calidad que logró en los siglos XV y XVI.
Hace ya trescientos años que los alarifes, los carpinteros y los alfareros mudéjares y moriscos dejaron de construir iglesias cristianas y palacios de la nobleza aragonesa, aleros de madera labrada y artesonados asombrosos, y escudillas y platos de delicados dibujos y reflejos metálicos.
Pero en el paisaje aragonés el "espíritu mudéjar" sigue presente en miles de panorámicas. En las etéreas torres de Teruel, en las calles de Daroca, en las iglesias y palacios de Calatayud y de Tarazona, en el perfil de decenas de pueblos aragoneses, en los que un campanario o un paño de ladrillo mudéjares identifican de un primer vistazo la esencia patrimonial de Aragón.
En el siglo XXI los seres humanos estamos perdiendo algunas referencias que en pasadas centurias fueron esenciales, y seguramente estamos olvidando los sentimientos en la historia. Nos atrae el pasado por lo que tiene de exótico, de misterioso o de iniciático, y porque nos han dicho que en ese pasado, tan desconocido para la mayoría, están nuestra raíces. Lo mudéjar, para Aragón, es una de las más profundas y más definitorias.
Porque nos recuerda, o así debería hacerlo, que algunos de nuestros pasados no fueron tan oscuros, bárbaros o salvajes como el racionalismo de la Ilustración o el positivismo conservador nos presentaron.
Porque hubo un tiempo en el que, en Aragón, fue posible que un alarife musulmán de Calatayud, que se sentía tan aragonés como un mercader cristiano de Borja, fuera contratado para construir una iglesia en la que los cristianos rezaran a Cristo, o una sinagoga en la que los judíos leyeran la Torá, y no se provocara ningún recelo por ello.
Porque hubo un tiempo en el que alarifes, carpinteros y ceramistas mudéjares crearon aquí un universo propio de sensaciones estéticas que todavía podemos contemplar.
Porque hubo un tiempo en el que fue posible, con problemas desde luego, la convivencia de gentes que entendían la religión de forma diferente.
Tres siglos después, recuperado el arte mudéjar aragonés y declarado como patrimonio de la humanidad, Fernando Malo se ha propuesto beber de aquella herencia artística y emocional. Y lo hace desde la modernidad y la experimentación por lo nuevo y lo creativo, pero sin renunciar al reconocimiento del pasado, con su mirada escrutadora hacia lo mejor de la herencia mudéjar, encaramado a los hombros de aquellos gigantes de antaño a los que el maestro Bernardo de Chartres, en el siglo XII, recomendaba a sus alumnos que se subieran si querían ver más allá del horizonte limitador.
Miremos hacia ese pasado con los ojos bien abiertos, aprendamos cuanto tuvo de positivo y sigamos adelante. Sigamos.

0 comentarios